Hace unas semanas di en la red con un blog cuyo sencillo y sugestivo encabezamiento me llamó poderosamente la atención:
. Y cuán grande fue mi sorpresa al descubrir que el titular de dicho blog era el traductor y periodista musical
, una publicación a la que estoy felizmente suscrito desde sus comienzos y que, en mi opinión, está haciendo historia viva del mejor jazz y realizando una labor impagable de difusión del jazz creado y producido dentro de nuestras fronteras (comenzando, claro está, por Cataluña, cuna, casa y escuela de músicos extraordinarios).
; y me gustaron tanto estos trabajos que no pude resistir la tentación de trasladarlos al castellano. Con el permiso expreso de su autor, os dejo, de momento, con esta interesantísima entrevista a
, en la que el guitarrista nos da muestras de su talento y maestría también mediante la palabra:
FERRAN ESTEVEPresentas en estos conciertos tu nuevo trío, con Antonio Sánchez a la batería y Christian McBride al contrabajo, dos músicos que ya conoces de aventuras anteriores. Y me viene a la cabeza algo que has dicho en más de una ocasión: que nunca has querido ser el mejor músico de tus grupos, ya que consideras que esta humildad siempre te puede hacer aprender cosas. Pero es que este concepto, “el mejor”, es tan relativo...
Y la humildad de la que hablo no debe ser necesariamente el tipo de humildad que nos imaginamos de entrada. Puede consistir en saber cómo poner tu energía al servicio del grupo. La música es una actividad fabulosa y plenamente satisfactoria, pero también es tremendamente difícil ser un buen músico y hacer que tu música sea capaz de decir alguna cosa al oyente. Y es tan difícil porque en el resultado no sólo interviene tu técnica o los conocimientos adquiridos, sino también tu estado de ánimo, la tensión del momento, la energía. Eso se ve claramente en todos los proyectos que he llevado a cabo. En estas situaciones, todo debe ser visto como una colaboración. Te daré un ejemplo bien reciente. En el último
festival de Esauira actué con un grupo de músicos
gnawa. Mi mujer tiene orígenes marroquíes, y yo he visitado el país unas cuantas veces, y por lo tanto lo conozco, pero en esta ocasión era yo el extraño musicalmente hablando, porque me dejaba llevar a un terreno que no dominaba. Y esta humildad musical te obliga, de entrada, a escuchar y a procurar entender qué dialecto musical se habla en aquella situación, y también a descubrir cómo han llegado a hacer aquella música. Y, en este caso, no tiene nada que ver la formación académica, el currículum o el estrellato. Da lo mismo que los músicos trabajen 5 minutos al día o 15 horas. Sólo hay una meta: hacer que las cosas funcionen, y eso puede hacer que te tengas que poner al servicio de algún otro.
O sea, hacer también lo que esperas de tus músicos. Sobre todo en alguien que, como tú, ha estado casi siempre al frente del grupo y se ha encargado de escribir la música.
El papel de líder forma parte de este proceso de colaboración. No hay que confundir la colaboración con un proceso abierto, en el que todo es posible, porque no es así. La música, el repertorio, dictan unas normas, y todo el mundo las debe tener claras. Eso sí, a partir de aquí, cada músico tiene que buscar su voz. Hoy cuesta encontrar un buen líder, tal vez porque la gente tiene miedo a decir a sus compañeros cómo deben hacer las cosas, o corregirlos si creen que se están alejando de la idea original, pero todo el mundo que se dedique a la música tendría que tener bien claro que es necesario, que forma parte de nuestro oficio, que si quieres que un músico toque de una determinada manera un fragmento, tal vez se lo tienes que decir, porque no tiene por qué saber qué esperas de él. Este proceso, sin embargo, también es gradual, sólo se aprende a partir de haber estado al otro lado de la barrera, de haber tenido un buen líder.
¿Como ha evolucionado el Pat Metheny líder?
Creo que, con el tiempo, me he ido moderando. Hay un periodo clave en mi formación como músico: los cuatro años que pasé en el grupo de
Gary Burton.
Gary es un líder muy exigente, con unas opiniones muy firmes, y después de cada concierto se pasaba horas corrigiendo qué habíamos hecho mal, cómo podíamos tocar las piezas, qué cambios había que hacer... Si miro atrás, diría que, cuando comenzaba, era mucho más estricto, mucho más rígido, tal vez porque los músicos de aquella época eran gente a quien había que tratar con más mano dura. Una cosa que ha cambiado con el tiempo es la cantidad de músicos que hay ahora al alcance de cualquier líder. Antes, el abanico de opciones era muy reducido, y ahora puedes elegir entre un millar de posibilidades, un millar de tipos que tienen un sonido increíble, una fluidez brutal y que lo pueden tocar todo. En cambio, todos suenan igual. Todos conocen el lenguaje, pero lo usan de la misma manera, y eso no pasaba hace veinte años.
¿Crees que la música se resiente?
El cambio ha sido tan radical que se me hace difícil comparar dos periodos. Vivimos en una etapa de transición, y tengo la impresión de que todo el mundo está en estado de choque. Gracias a la proliferación de enseñanzas, hay un cierto componente del lenguaje jazzístico que se ha visto reducido a dimensiones científicas: toca estas notas, haz este acorde, reacciona de esta manera cuando el baterista haga eso... Y hasta cierto punto, la cosa ha funcionado, porque hay mucha gente que funciona así, pero también hay un factor X, metafóricamente hablando y también literalmente, que no es cuantificable y que es donde realmente radica el valor de esta música. Pensemos en términos de lengua: mañana puedo decidir que comenzaré a estudiar español, y de aquí a cinco años podría tener un buen nivel, y atreverme a dar una charla. Pero por muy buen nivel que tenga, si el contenido de mi mensaje es aburrido, la gente no prestará atención. Y de eso, los músicos no se olvidan: de acuerdo, tu discurso es fluido, pero, ¿qué me estás diciendo? Porque al fin y al cabo el jazz exige una sensibilidad narrativa, descriptiva... Pide que expliques una historia.
¿Y te alarma esta situación?
No, como no me da miedo ir a cenar con gente que dirá gilipolleces, ya que los principales perjudicados serán ellos y no yo. El problema es que esta situación se reproduce constantemente, curiosamente en una cultura que espera que el músico proponga alguna cosa a la que el público responda, que despierte su interés para que sigan tirando de este hilo. En algunos entornos musicales, ha habido gente que ha dejado una huella musical. Dices el nombre de
Herbie Hancock, o el de
Coltrane, e instantáneamente te haces una idea de su música. La diferencia entre las grandes figuras y el resto de músicos de jazz no radica en su fluidez, sino en el lenguaje, si bien es cierto que todos eran extraordinariamente fluidos. No entiendo, por ejemplo, esta gente que se limita a imitar lo que han hecho los músicos que admira y que le han precedido. Es evidente que yo he estudiado la música de
Wes Montgomery, porque me parece uno de los guitarristas más grandes que ha habido, pero estudiar su música te tiene que servir para encontrar caminos que expresen tus ideas. En caso contrario, esta repetición de clichés me parece una falta de respeto.
¿Era éste el principio de un disco tan abstracto como Zero Tolerance for Silence (Umvd/Ryko)? ¿Concentrarse en el mensaje, no en la forma?
Cuando pienso en música, acostumbro a hacerlo en términos visuales. Tengo dos pintores favoritos, y uno de ellos es
Paul Klee. Cuando miras la producción de cualquier artista, hay muchas maneras textuales, y es preciso entender esta textualidad mucho más allá de la producción escrita, de presentar las ideas. Y aquel disco seguía un poco estos parámetros. Me sentía como si quisiese llenar un cuadro, totalmente: el vacío que deja paso al cielo, el sentido de perspectiva... Una especie de trabajo en tres dimensiones. De hecho, siempre he pensado que
Zero Tolerance era un disco que está muy relacionado con otro trabajo mío también muy denso,
Secret Story (Geffen), a pesar de que el primero es más como una pintura monocromática.
Antes has hablado de Gary Burton. Y creo que hay una cosa ahora mismo que te une a él, aspectos musicales aparte: esta disponibilidad a trabajar con músicos jóvenes.
Llevo tocando profesionalmente desde los 14 años, con gente que entonces tenía 50 o 60 años. Tenía 18 años cuando comencé a tocar con
Gary Burton, y
Christian McBride tenía más o menos esta edad cuando salimos de gira por primera vez. Pero lo cierto es que, cuando toco con alguien, no presto atención a la cuestión de la cronología, sólo al resultado. Y
Christian es un ejemplo formidable: no creo que nadie lo haya contratado en el pasado porque fuese joven, y no creo que nadie lo haga de aquí a unos años porque sea mayor. También es cierto que se ha creado una mística alrededor de la figura del músico veterano que da la palabra a los músicos jóvenes, pero no olvidemos que en algunos casos había un componente económico detrás de esta decisión:
Art Blakey no podía pagar más de una cantidad determinada por semana, y los músicos con familia, con obligaciones, no se lo podían permitir, y sólo los jóvenes aceptaban estas condiciones. También tengo que decir que esta postura mía es sobrevenida, porque durante los primeros 10 años de mi carrera, hasta finales de los años noventa, no tocaba con nadie fuera de mi grupo, no aceptaba ningún tipo de proyecto, de colaboración... Era un poco como
Keith Jarrett, porque la gente de mi generación no me interesaba, y tampoco los de la generación inmediatamente posterior. La cosa cambió, no obstante, al llegar gente como
Josh [
Joshua Redman] o
Christian, gente que no intentaba imitar los principios del pasado, como hacía un movimiento que nunca me ha llamado la atención, los
young lions. Y creo que el mejor ejemplo de esta nueva hornada es
Brad Mehldau, que no sólo es un músico completo en términos de lenguaje, sino que tiene un punto de vista en el que el futuro de la música, hacia donde va, tiene mucha importancia.
(Complemento sobre el próximo trabajo discográfico)
Una de las muchas facetas de Pat Metheny es la de duetista, con trabajos (y giras) junto a Charlie Haden o Jim Hall, por ejemplo. A esta nómina de colaboraciones se añade ahora un trabajo que acaba de ver la luz y que le une al pianista Brad Mehldau —y a su trío en algunos temas—, un trabajo del que no habla demasiado el guitarrista en el momento de la entrevista, porque prefiere esperar acontecimientos.
¿Como surgió la idea?
El disco con
Brad es un buen ejemplo de un trabajo que surge de una colaboración que va más allá de reunirse en un estudio y comenzar a tocar, en el que decides emprender un viaje con un músico con el propósito de descubrir alguna cosa que nos sirva a los dos. Y eso sólo es posible cuando tengo con esa persona el tipo de relación que te permite ir más allá del hecho musical. En el caso de
Charlie [
Haden ], el disco y las giras que hemos hecho eran la extensión lógica de una relación que comenzó hace muchos años. En el de
Jim Hall, lo descubrí cuando tenía 16 años. A
Brad hace muchos años que lo sigo, prácticamente desde que despuntó como músico.
¿Y cuál ha sido el resultado?
En estas situaciones, siempre te haces una idea de qué puede pasar, pero nunca lo sabes del todo. En el caso concreto del disco con
Brad , el resultado ha superado cualquier expectativa. Había un componente de admiración mutua que hizo que, de entrada, los dos pensásemos que teníamos que hacer este disco juntos. Y esta admiración es fundamental, porque nunca me ha gustado hacer las cosas a medias. Un trabajo de colaboración como éste debe ser necesariamente intenso, es preciso que todo el mundo que participa en él tenga las antenas puestas, porque la menor interacción entre los participantes puede hacer que los resultados vayan en una dirección o en otra.
(Publicada por Ferrán Esteve en Les veus del jazz el 22 de octubre de 2007).