Veni, vidi, vinci. Esta noche pasada he vuelto a tocar, tras varios meses sin hacerlo, con mi delicado amigo Antonio Pomares, natural de Orihuela y uno de los más enamorados y apasionados divulgadores de la bossa-nova, la samba y, en general, toda la música brasileña popular (axé, choro, forró, etcétera). Hemos tocado en trío, junto al clarinetista Andrés Santos, con quien colaboro asiduamente en otros grupos desde hace muchos años (¡casi veinte!) Ambos son músicos excepcionales, con los que siempre me lo paso bien.
A Antonio le suelo llamar amistosamente 'Toninho de Pomaraes'; y él a mí, 'Sebastiao Tapajós' (pronunciando "tapa-yos" y añadiendo gravemente: "el que tapa sus yos"). Nos conocemos desde hace treinta años y las veces que hemos tocado juntos son tan incontables como memorables. Antonio, realmente, parece brasileño; su estilo, su voz, su discreta y primorosa forma de cantar, su ritmo, nos devuelven al más puro y genuino origen de la bossa-nova.
Y Andrés, jumillano, virtuoso intérprete de clarinete y de clarinete bajo (en verdad es multi-instrumentista, pues domina igualmente los teclados, todo tipo de flautas y los saxos alto y tenor; sin ir más lejos, esta noche también ha tocado la melódica, la flauta dulce y el pífano), además de, sería injusto silenciarlo, prolífico compositor, consumado arreglista e improvisador nato, aporta siempre toda su sabiduría y convierte cada bolo en una experiencia nueva y enriquecedora. Esta foto que sigue me la ha hecho él después de hacer yo las otras.
Hemos tocado en el Restaurante Casablanca de Cobatillas (localidad muy próxima a Santomera), en una de las terrazas que dan a los jardines. La excusa: una convención de bodegueros y vinicultores que han presentado los vinos y cavas de una cincuentena de bodegas repartidas por toda la península y parte del extranjero, con más de trescientos caldos para catar. Yo, prudentemente, he probado sólo cuatro, los suficientes para tocar alegre y desinhibido (que es lo que el jazz-bossa necesita). Para mi sorpresa, me he encontrado con varios viejos amigos de mi generación y con el maestro de la serigrafía Pepe Jiménez, quien desde su privilegiado taller en la Ermita de la Colonia (Balsicas) trabaja últimamente junto a diversos pintores murcianos en unos formatos espectaculares.
La velada fue fantástica. Buen sonido y buen hacer. Y proliferaron los contactos (con lo que el pan para mañana quedó garantizado).
No existe mejor sensación, aparte de tocar, que la que queda cuando un bolo sale bien.
(Nota: todas las fotos están hechas con mi móvil en los instantes previos a la actuación).