Por su interés, y con el consentimiento expreso de su autor, reproduzco aquí un artículo del escritor y poeta León Molina, publicado hace aproximadamente un mes en la columna El Puente de la edición albacetense del diario La Verdad y en el blog que, bajo ese mismo nombre (http://elpuente.blogia.com/), reúne todas sus colaboraciones en el susodicho diario desde abril de 2006 hasta nuestros días.
No es (¿o sí?) exactamente un artículo sobre jazz; o, al menos, no exclusivamente; pero está vertebrado sobre la figura de uno de mis músicos de jazz predilectos: el inefable trompetista y vocalista Chet Baker.
En realidad, se trata de una crítica concisa, lúcida e incontestable al farragoso mercado del arte ("el arte como mercancía") en cualquiera de sus manifestaciones (poesía, cine, música, pintura...) a la vez que un audaz pero sereno llamamiento a la subversión, a la extrañeza, a esa dosis de "irracionalidad" o de "locura" que toda manifestación artística debe comportar para ser fértil y auténtica.
León Molina nació el 19 de abril de 1959 en San José de las Lajas (Habana, Cuba), pero vive en España desde los 8 años y en Albacete desde los 12. Estudió Filosofía en la Universidad de Murcia y es autor de los poemarios Señales en los puentes y El son acordado, ambos publicados por la Diputación de Albacete. Buena parte de su obra figura también en sendas antologías (Antología poética de autores albacetenses, Poetas de La Confitería...) editadas igualmente por la Diputación de Albacete y por la Universidad de Castilla-La Mancha.Dicho lo cual, aquí os dejo con su artículo.
¡Gracias, León!
* * *
Un país normal
Monumento a Chet Baker en Amsterdam,
por Jeroen Coert (en Wikipedia)
El gran trompetista de jazz Chet Baker sabía extraer de su instrumento sonidos aterciopelados y envolventes. Y lo hacía a través de composiciones que sin embargo se encuadraban por derecho propio en el revolucionario bebop que cambió para siempre el jazz y, seguramente, toda la música posterior. A veces también cantaba. Y lo hacía con una sorprendente voz aniñada y femenina que más que cantar susurraba viniendo a ser una extensión de los sonidos de su instrumento. Su mente torturada por problemas de personalidad y drogadicción encontraban en la música toda la armonía que faltaba en su vida. Escuchar en silencio y soledad un tema de Chet Baker es obtener la paz y cordura de la belleza bebiendo en las fuentes de la locura. Esta mágica trans
formación está en la base de una parte considerable de las obras de arte. El orden y la belleza nacen del caos y la confusión. Por eso encontramos con frecuencia artistas que andan realmente como perdidos en la vida ordinaria y muy mal dotados para resolver los problemas de orden práctico que esta, como a todos los demás, nos plantea. Para que surja la belleza hacen falta unas gotas de locura, o si lo prefieren, hace falta la irracionalidad de la sorpresa. La repetición de lo mismo, de los descubrimientos ya sabidos sin aportar novedades es aburrido y vulgar. Esto le pasa por ejemplo a la música de consumo que escuchamos a todas horas por la radio, o al cine desesperantemente tonto con que nos quieren machacar, o a la legión de poetas que escriben como alguien que ha triunfado mediáticamente, o al arte plástico chorra con ínfulas de trascendencia que ya casi nos hace pensar que hacer el idiota con un pincel es algo respetable si se le echa el morro y las poses necesarias. El arte como mercancía es el más íntimo enemigo del arte. Quizás por eso hay hoy en día un buen nivel en la poesía en nuestro país, porque ni los más grandes consiguen ganar un duro con ella. Esta necesidad de locura, de rotura del discurso sabido, puede incluso hacerse extensible al pensamiento en general en cualquiera de las disciplinas que se aplique, por lo que considero que el pensamiento, la cultura y el arte viven una época gris en nuestro país. Quizás se me podrían dar ejemplos de lo contrario, pero con toda probabilidad serían los frutos de algunos locos que tocan solitarios bellas baladas a la trompeta, mientras la mayoría se pone en los oídos tapones marca Bisbal. Lo normal es estéril y produce obras vulgares. Y nuestro martirizado país, por suerte, ya ha conseguido ser un país normal, por desgracia.
El gran trompetista de jazz Chet Baker sabía extraer de su instrumento sonidos aterciopelados y envolventes. Y lo hacía a través de composiciones que sin embargo se encuadraban por derecho propio en el revolucionario bebop que cambió para siempre el jazz y, seguramente, toda la música posterior. A veces también cantaba. Y lo hacía con una sorprendente voz aniñada y femenina que más que cantar susurraba viniendo a ser una extensión de los sonidos de su instrumento. Su mente torturada por problemas de personalidad y drogadicción encontraban en la música toda la armonía que faltaba en su vida. Escuchar en silencio y soledad un tema de Chet Baker es obtener la paz y cordura de la belleza bebiendo en las fuentes de la locura. Esta mágica trans
formación está en la base de una parte considerable de las obras de arte. El orden y la belleza nacen del caos y la confusión. Por eso encontramos con frecuencia artistas que andan realmente como perdidos en la vida ordinaria y muy mal dotados para resolver los problemas de orden práctico que esta, como a todos los demás, nos plantea. Para que surja la belleza hacen falta unas gotas de locura, o si lo prefieren, hace falta la irracionalidad de la sorpresa. La repetición de lo mismo, de los descubrimientos ya sabidos sin aportar novedades es aburrido y vulgar. Esto le pasa por ejemplo a la música de consumo que escuchamos a todas horas por la radio, o al cine desesperantemente tonto con que nos quieren machacar, o a la legión de poetas que escriben como alguien que ha triunfado mediáticamente, o al arte plástico chorra con ínfulas de trascendencia que ya casi nos hace pensar que hacer el idiota con un pincel es algo respetable si se le echa el morro y las poses necesarias. El arte como mercancía es el más íntimo enemigo del arte. Quizás por eso hay hoy en día un buen nivel en la poesía en nuestro país, porque ni los más grandes consiguen ganar un duro con ella. Esta necesidad de locura, de rotura del discurso sabido, puede incluso hacerse extensible al pensamiento en general en cualquiera de las disciplinas que se aplique, por lo que considero que el pensamiento, la cultura y el arte viven una época gris en nuestro país. Quizás se me podrían dar ejemplos de lo contrario, pero con toda probabilidad serían los frutos de algunos locos que tocan solitarios bellas baladas a la trompeta, mientras la mayoría se pone en los oídos tapones marca Bisbal. Lo normal es estéril y produce obras vulgares. Y nuestro martirizado país, por suerte, ya ha conseguido ser un país normal, por desgracia.
León Molina
Albacete, 9 de agosto de 2007.
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